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lunes, 18 de agosto de 2008

Val del Omar


"Y, amigos míos, cuando se encanta, cuando se conquista, cuando se coacciona la libertad humana, sólo está justificado si existe un gran motivo poético y amoroso". José Val del Omar

La semana pasada (del 11 al 14 de agosto) han estado proyectando todas las películas de Val del Omar en la Cátedra de Cine de la Universidad de Valladolid. Para mí han sido días muy especiales, de reencuentro con sensaciones que identificaba con la adolescencia. Algunos preferirán otros directores, pero para mí no hay ninguno como Val del Omar.

De él hay que aprender a ser inconformista y a ver más allá de los tópicos transformándoles en una obra de arte total, repleta de lírismo y misticismo.



Val del Omar contaba que de niño le gustaba meterse debajo de la cama para, con una linterna y trozos de cristal tintado, realizar sus propias proyecciones. De ahí surge su idea del cine como un acto de fe y ahí empieza su principal problema: el inventor se ha comido siempre al artista, dada la ingente lista de innovaciones técnicas y la escasez de películas, solo dos: Aguaespejo Granadino (1955) y Fuego en Castilla (1961). Personalmente prefiero no incluir Acariño Galaico, que solo sirve para concluir lo que él mismo llamaba su Tríptico Elemental de España, pero no llegó a concluir.



Ya lo dice en uno de sus poemas de la serie "Tientos de erótica celeste" y recogido por Lagartija Nick en su disco homenaje: Las imágenes nos tocan, la luz y el sonido nos toca. Somos la retina, palpitación táctil.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Spleen

Hacía semanas que Simón acariciaba la idea griega de la nada, idea filosófica, pura concepción del espíritu (…). Y sin embargo, progresivamente caía en esa nada. Se dejaba arrastrar por ella como por una mujer misteriosamente seductora. Apartando sus otros pensamientos, se abandonaba al sentimiento y casi a la sensación de una desaparición total, sin resurgimiento ni despertar, sin señal de vibración o de palpitación, un estado que, como máximo, podía situarse antes del nacimiento o después de la muerte, una tiniebla, una ausencia en la que el alma misma desaparecería y con ella toda conciencia, toda existencia. Mentalmente repetía palabras mágicas como nada, vacío, jamás, no-ser; alejaba de su mente cualquier imagen de objeto o persona viva, cualquier sonido de voz, color u olor. Y se imaginaba su cuerpo, así aligerado, elevándose del suelo para fundirse en otra materia que a su vez se desvanecería en partículas imperceptibles. JEAN-CLAUDE CARRIERE.